CRÓNICAS DE VIAJE

domingo, noviembre 09, 2008

El llanto del payaso







Abrió la puerta del carromato. Descendió los cuatro escalones de la diminuta escalerilla.

Era la hora establecida que debía presentarse en el centro de la arena del Gran Circo; su circo desde hace muchísimos años, de cuando era chico y actuaba a la sombra de su padre, oh! que recuerdos.


Ya faltaban pocos minutos para su actuación del día. Su congoja era casi doliente, la tristeza lo carcomía interiormente, pero...la función debe continuar.
Levantó la mirada bien alto, observó el firmamento, unas pocas pero inmensas nubes copaban casi todo el cielo. Respiró hondo, exhaló todo el aire posible, y entró en la carpa.


A pasos grotescos y rápidos se fue acercando al centro de la pista. La ovación del público no se dejó esperar, lo conocían y apreciaban; los chicos y sus padres, los nietos y sus abuelos, sus compañeros de la compañía circense, en fin, todos los presentes se unieron en un solo y caluroso aplauso.


No era su primera actuación, ni la segunda. En verdad no recuerda otra cosa que no sea el circo. Con sus ropas de payaso, ese personaje que hace morisquetas, de ademanes cómicos, que camina con sus grandes zapatones, su gorra de pico fosforescente, la cara blanca, con esos ojos que siempre reflejan una triste alegría o una alegre tristeza, depende de quien los mira.


Pero ése día era especial. Ése día quedaría grabado en su corazón, mejor dicho clavado en su corazón.
Él dolor tan profundo que marcaría una señal, un dolor que se convertiría en una cicatriz inmensa.


Su mejor amiga, como él la llamaba ° mi sombra ° había cerrado sus pequeños ojitos, y esta vez para siempre.
° mi sombra ° era una simpática perrita que nació en el carromato, propiamente debajo de su cama; allí creció, durmió, allí pasaba las noches, siempre debajo de su amigo. Nunca separaron, nunca, ni en los momentos de la actuación. Ella lo esperaba en el costado de la pista, frente la entrada de artistas, y desde allí, sentadita, escuchaba las risas, los aplausos y las exclamaciones de alegría y de júbilo.
Luego se paraba, al salir el famoso payaso, y juntos caminaban el corto trecho hacia el carromato, su casa. Comían, conversaban, y los días pasaban.


Hasta hoy a la mañana. Nuestro payaso despertó, se levantó. Al no verla paradita al lado de la cama se asombró e inclinándose miró debajo, y allí estaba, durmiendo sobre su almohadón rojo, tranquila y pasiva.
Le costó unos minutos recapacitar. Era todo muy raro y silencioso.


Durante todo el día estuvo acostado. La mente en blanco, el pensamiento anclado, el pulso casi ínfimo.
Y la noche llegó. Se vistió, se puso su disfraz. Todos querían ver su cara.


Y una vez más se las mostró.
Esa noche, fue la que más lo aplaudieron. Una y otra vez lo obligaron a repetir cada uno de sus números de su intenso repertorio, y los aplausos no se terminaban.

Si, era verdad. Ésa fue su mejor noche, pues la dedicó a ° mi sombra °. Como broche de oro a la relación truncada, luego de tantos años de unión.
Esa fue la noche en que el llanto del payaso ocasionó mas risas que nunca.

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@Beto Brom

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2 comentarios:

  1. Me ha conmovido esta historia. El alma del payaso identificada con su pequeña mascota, hermoso y triste relato.

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  2. Agradezco tu comentario, María Eva.

    Tarde....pero seguro

    beto

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