CRÓNICAS DE VIAJE

domingo, agosto 01, 2010

Retorno a las fuentes (crónica de un viaje a la hermosa Argentina)

segundo capítulo




Parte del dique construído por los castores

Unos pocos metros antes de llegar se largó un chaparrón con todas las de la ley.

Dentro de la cabaña, un calor acogedor brindado por los robustos leños en el hogar inmenso. Todo el recinto minado de chucherías por doquier, en las paredes, colgando del techo, en las paredes, fotos de animales, utensilios de cocina, adornos típicos de la zona, caretas, amuletos, una rica exposición para quedarse, observar y deleitarse. Recibimos un te de hierbas calentito y nos mezclamos entre los visitantes y los anfitriones, una pareja y un hermano de la ama de casa, gente joven, amable, llenos de corazón amplio y sincero, detalle que lo apreciamos durante la inolvidable velada.
Nos ubicamos en una larga mesa, prontos a disgustar una comida que a decir de los olores que reinaban en el aire, prometía ser apetitosa.

Yo preferí una trucha a la parrilla, mi media naranja se conformó con un lomito a la pimienta. La cena transcurrió en un ambiente tan cordial, que se asemejaba a una reunión de amigos, reunidos para festejar algo en común. Entre los huéspedes, una familia de Costa Rica, muy alegres y excelentes personas, entre todos consumimos varias copitas de un blanco simpático, que nos permitió alegrar la noche.
Al despedirnos los amables dueños de casa: Quiti, Richard y Andrés, nos obsequiaron una hermosa foto de una castora preñada.
Nombre del lugar: Valle Hermoso.


Calle principal de la ciudad más austral del mundo, Ushuaia

Las vivencias especiales no terminaron allí.

Una noche, paseando por la ciudad nos llamó la atención un pequeño letrerito en una diminuta ventana de un quien sabe restaurante: *Hoy nos visita un trovador francés*
Antes de terminar de leer ya estábamos dentro del recinto.

Se trataba de un lugar muy conocido en aquellos pagos: *Ramos generales*.
En tiempos pasados, a los comienzos de la población, existía dicho establecimiento que proveía de todo lo necesario para la vida, el trabajo y los quehaceres en general.

Con el tiempo un fuerte candado dominó la entrada al mismo.

Los nuevos dueños decidieron convertirlo en una taberna tradicional. Durante los arreglos necesarios, descubrieron en los fondos un enorme depósito, en el cual habían quedado almacenados un sin fin de productos alimentarios, herramientas, utensilios de labranza, artículos del hogar, ropas de trabajo, en fin un bagaje de *reliquias* dignas de exhibirlas en un museo de la antigüedad.


Al igual que los almacenes de antaño

Y así fue hecho, pusieron manos a la obra. Todo el actual comedor posee a sus costados altas estanterías donde miles de objetos de épocas pasadas relucen como nuevas para deslumbrar los ojos de los comensales. Parecería un sueño volver a mirar carteles de propaganda, que me trasladaron a mi infancia, las famosas cajas de Terrabusi, la cabeza con clavos pinchados de Geniol, frascos de Todyy, fotos de Tarzán, sifones como los de antes, mecheros, cajas de Bagley, y larga es la lista, algo increíble, pero palpable y allí, frente a nosotros.

Las mesas donde se serviría la comida eran los antiguos mostradores de venta, ya refaccionados, pero con un aspecto que demostraba su autenticidad.


Al presentarse el artista, un hombre de mundo, con años en su recorrido, vestido a la usanza francesa de vanguardia, conocedor de música, con una voz sazonada de vino y cigarrillo, fuimos trasladados a las orillas del Sena, y sus canciones nos envolvieron con aquél aroma parisiense tan peculiar.


El querido y melancólico organito de épocas pasadas

Para completar el asombro de los espectadores, presentó un típico *organillo*, en el cual se ubican las partituras tan especiales ya olvidadas, aquellas largas y llenas de protuberancias que por un sistema específico mueven ciertas teclas interiores que emiten ese sonido incomparable. Se nos permitió escuchar canciones que el olvido se adueño de ellas, gozamos, todos los presentes, de una noche SIN IGUAL.

Y es de lamentar, debimos abandonar aquella ciudad, no sin antes buscar con la vista el *Monte de Susana*, para así saber el pronóstico para el día siguiente.


El Monte Susana, pronosticador del tiempo

Explicaré esta costumbre de los isleños: para conocer el tiempo que se acerca se debe observar el cielo sobre una pequeña sierra, que lleva el nombre de Susana, según su color y aspecto es casi seguro conocer el tiempo que se avecina. –Nunca falla- dicen los pobladores, y en verdad lo comprobamos, así es, no falla.

Y tempranito, apenas amaneció, nos encaminamos a la Terminal.


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CONTINUARÁ


beto brom

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