CRÓNICAS DE VIAJE

jueves, febrero 27, 2014

La tribu

(imagen de mi autoría)

Primer capítulo

La lluvia abandonó la isla. Tres días con sus noches, el cielo permaneció abierto, agua y más agua cayó sin interrupción, como una consigna, quizás presagio de mejor tiempo. Los árboles, ayudados por una leve brisa, sacudieron sus brazos, las empapadas hojas respiraron aire fresco, obtuvieron un merecido descanso.
Hog empujó la puerta y la enganchó en el “sausot”(árbol gigante), que, dentro de su ancho tronco, construyó su refugio para la época de lluvias. Nee, su compañera, con el pequeño, aún sin nombre, continuaban durmiendo.
No habían llegado a un acuerdo; ella prefería un nombre dulce, agradable, fácil recordarlo, había pensado en Sin, que significa música; o quizás Pel, que era brisa, algo suave... ; por el contrario, él quería algo fuerte, Tom, trueno, o mejor Ainé, tronco; no podían decidirse, tres meses desde el nacimiento y los nombres iban y venían como los pájaros en primavera, sin resultado.
Con una rama le rozó la planta del pie, Nee reaccionó de inmediato,
-Salgo a buscar comida, trataré de volver pronto.
Ella, aun acostada, dijo –Soñé con un día de sol, en medio de la selva, caminábamos los tres, tu, yo y el pequeño Taupek(arroyo), ¿te agrada el nombre?.
-De acuerdo- contestó contento el padre- está decidido, así se llamará, Taupek, hijo de Hog y Nee, muy bueno, ¡me gusta!.- Y se fue tarareando el nombre de su hijo.
Llegó al río, muy crecido por el agua caída, decidió cruzarlo y llegar a la “laguna de los monos”, allí sabían descender los pites(pájaros enormes), el alimento preferido de Nee, por su carne rosa y muy sabrosa. Las lianas las notó un poco flojas, se aferró con todas sus fuerzas, y empezó a cruzar el río, quien aparentaba estar nervioso por el brío con que venía, como si no tuviera tiempo, corría y golpeaba la espalda de Hog sin vergüenza; metro a metro avanzaba luchando contra el cauce enfurecido; casi sin fuerzas llegó a la otra costa. Pensó que para volver, caminaría un poco más y cruzaría por el “dique grande”.
Al acercarse, la suerte le preparó una sorpresa, una bandada de pites, picoteaban gusanos en las malezas de la costa. Buscó un buen lugar, un árbol caído le pareció apropiado, se inclinó y apuntó su flecha...acertó en pleno pecho de un hermoso ejemplar. Esperó, los demás se acercaron al difunto, husmearon, y continuaron en su comida. Otra flecha y otra presa. Caminó hacia la laguna, a los pocos metros de llegar, el centinela lo vio y dio la orden de levantar campamento a sus compañeros, éstos, de inmediato captaron el aviso y en forma repentina abrieron sus enormes alas, desapareciendo del lugar.
Ya maniatados y sujetos sobre la espalda, el hábil cazador emprendió el regreso, satisfecho con su botín. La caminata fue lenta, el peso de las aves y las piedras desparramadas en el sendero, obligaron a una marcha pausada. Al llegar al dique, unos castores estaban reparando una brecha en el centro del mismo. Conocedor y admirador de estos obreros del bosque, decidió hacer un alto en su camino, y esperar que aquellos finalicen su trabajo. Cerca de allí, encontró unos arbustos de fresas; unas cuantas de ellas ayudaron para calmar su apetito. Al poco rato, la reparación del dique finalizó, aprovechó el momento y comenzó el cruce; decidió apurar el paso, pues la fuerza del río azotaba los tronquitos amontonados y calculó que en poco tiempo en algún trecho las aguas conseguirían romper la muralla e impedirían el cruce.

(imagen de mi autoría)

Segundo capítulo

Al llegar a su cueva, un silencio grito de socorro lo conmovió, no había rastros de su compañera ni de su hijo. Recorrió en un santiamén el desorden que hablaba de un riña allí ocurrida, depositó su presa, y salió en busca de su familia, no sin antes cerrar la abertura con la supuesta puerta.
Su experiencia para el rastreo, le permitió distinguir un surco bien señalado en el lado de las grandes malezas, allí donde el bosque se hacía más tupido; olfateó como lo aprendió de sus amigos los monos “chilladas” (pequeños y veloces): levantó su cabeza y la movió de lado a lado, imposible no percatar qué o quién pisó por tal lugar. Reconoció ese olor nauseabundo, uno o dos de los “Grandes” (osos ladrones) anduvieron por allí. Sus nervios aceleraron su marcha, ya en plena carrera el instinto animal dirigía su rumbo.
No tardó en escuchar los débiles gemidos de su hijo. Buscó esconderse y observar a su alrededor. El dúo de cazadores se disponía a cruzar el río “Largo”, en un tronco inmenso uno de ellos sujetaba a Nee con Taupek abrazado a ella, obligándolos aferrarse al tronco semi sumergido en el agua. Su compinche saltó dentro del río y con una liana enroscada a su opulento cuerpo trataba de atar el extremo del tronco para arrastrarlo a la costa opuesta. No lo dudó ni un instante, su certera puntería condujo la flecha que originó un pequeño orificio entre las cejas del nadador. El ruido del cuerpo al caer, tomó desprevenido a su compañero, que soltó su presa; rápido como una lince rastrera, el desesperado padre saltó sobre el grupo, clavó su daga en la nuca del raptor y arrancó con fuerza a madre e hijo; el trío comenzó un carrera desenfrenada con Hog a la cabeza. Como primera medida, deberían alejarse lo más posible del lugar. Buen conocedor de la zona, enfiló hacia las “Piedras”. Al llegar, se escondieron detrás de una inmensa roca y se taparon con un árbol caído y esperaron. Por suerte, madre e hijo sin lastimaduras, un pequeño magullo en un brazo de su compañera, nada grave. Aguardaron un buen rato, atentos a cualquier ruido o movimiento. Cuando lo consideró tranquilo, salieron;  despacio y con suma cautela los llevó de regreso a su guarida.
Como primera medida, consultó con Nee cómo fue posible que los intrusos consiguieron penetrar en la cueva. Nada de ello, explicó, todo ocurrió estando ella con el pequeño fuera para gozar del aire fresco. Aquellos, es de suponer, estaban al acecho, esperando la salida del jefe de familia, y aprovecharon el momento propicio para realizar el secuestro. Todo ello, preparó a la familia como para no confiarse demasiado en el silencio y la tranquilidad de la selva, nunca se sabía que peligro podría presentarse.
Los días fueron corriendo, las nubes abrieron sus alas, a semejanza de los pájaros al amanecer, la brisa remplazó al viento, el sol tardaba más tiempo en cumplir su ciclo. La temperatura permitía al pequeñuelo juguetear más tiempo fuera de la cueva. Al medio de cierto día, Nee escuchó unas suaves pisadas a escasos metros, sin hablar arrojó una piedra cerca de Taupek, el niño la alzó y miró a su madre, ésta le indicó mantener el silencio. Casi en cuatro, se acercó a su hijo. Sacó la daga que colgaba del lazo enganchado en su hombro. Y esperaron. El sonido cesó. Mala señal. Alguien estaba vigilándolos. Ella calculó que Hog estaría cerca, el arroyo no se encontraba lejos, allí había recurrido en busca de agua. Decidió mantener la calma del pequeño, y de repente vuelta el ruido de las pisadas, sus ojos pendientes de cualquier movimiento entre la maleza, un salpón pequeño apareció a escasos metros. La tensión desapareció, esta especie de monito, de pequeñas dimensiones, se acercó al niño con intenciones de jugar, éste captó el asunto y lo tumbó de un golpe en la cabeza. En dicho momento regresó Hog, y también se acopló a entretenerse con ellos.
Desde aquél día, el salpón había recibido un nombre, “Mis” (gusanito), y se convirtió en la mascota de la familia, y compañero inseparable de Taupek.


(imagen de mi autoría)
Tercer capítulo

Conversando una tarde con Nee, plateó la posibilidad de buscar un predio no tanto alejado del resto de la tribu, y así permitir a su hijo, conocer otros pequeños de su edad, y también para ellos sería una forma de compartir con otros vecinos, y participar en una vida más de comunidad. Calculó, además, que se le abrirían otras posibilidades de ocupación, intercambio de nuevos sistemas de caza y pesca, y también ampliar el circulo de amistades. Para ello decidió llegarse hasta el condado más próximo, donde el Anciano del lugar, había sido, en su tiempo, muy compañero de su ilustre Padre Mayor.
Nee preparó lo necesario, para dos o tres días, los indispensables para la ida y retorno de la planeada marcha.
Temprano, junto con el saludo del sol, salió rumbo a la comarca vecina. El buen tiempo permitió agilizar su paso y al comienzo del atardecer vislumbró las primeras chozas. Los perros, una considerable jauría, le dieron la bienvenida; conocedor, aminoró el paso, evitó movimientos bruscos, y optó por detenerse; dejó a un lado su lanza, arco y flecha, y espero...un hermoso ejemplar, negro como la noche, fue el que se le acercó a unos pocos metros, olfateó el aire, movió a izquierda y derecha su cabeza, y se sentó sobre sus patas traseras. Hog, hizo lo propio, sin sacarle los ojos de encima, esperó. Unos instantes fueron suficientes, el valentón se incorporó y a paso lento comenzó a cortar distancia hacia el intruso; la mano del visitante se extendió hacia él, este gesto lo asombró, pero siguió acercándose, a unos pasos se detuvo y se sentó frente a frente. Ese era el momento crucial, cualquier movimiento fuera de lugar podría ser interpretado como amenaza; con la palma de la mano mirando la tierra la estiró para tocar la cabeza de su quizás posible amigo, era imposible volverse atrás, tocó con la punta de sus dedos los pelos del animal, éste no se inmutó, depositó toda la mano sobre la cabeza y frotó un poco, a semejanza de caricia, y llegó la reacción esperada, levantó la cabeza y pasó un lengüetazo sobre la mano de Hog, el pacto de amistad se concretó.
Ya con la compañía de la comitiva perruna, llegó hasta un vecino que le saludó desde la puerta de su choza, sus manos al cielo, señal de bienvenida, y la consabida pregunta:
-¿A quién buscas viajero?
-Al Anciano del lugar, quiero escuchar su voz.
-Sigue a los perros, ellos saben el camino. Despacio, no hay prisa.
-El cielo te proteja, hermano.
Pasaron varias chozas, allí donde fue visto, las manos al cielo acompañaron su paso.
Los perros se pararon frente a una inmensa choza, como si una barrera invisible les cortara el paso; entendió que debía esperar alguna señal. Una encorvada anciana envuelta en una manto de colores, apareció en un costado de la vivienda, levantó sus manos y con un movimiento de cabeza quiso invitarlo a entrar. Sin demostrar apuro, se acercó y entró tras ella a la choza.
El aire enrarecido por un humo dulzón impregnó su olfato; en el centro, un hombre de considerable cuerpo, estaba recostado sobre una mantas y almohadones. Levantó su vista, sus ojos ya cansados, emitían una luz de bondad; indicó, blandeando un lanza, un lugar en un costado. Hog, un poco impactado por el lugar y la presencia de un Anciano, por primera vez en su corta vida, dudó, pero con cierto temor se sentó sin saber como reaccionar. El respetable jerarca, fue derecho al grano y exigió relatos del nacimiento y antecesores del intruso. Hog, relató sobre lo escuchado sobre la relación que hubo entre el Anciano y su Padre Mayor, razón por la cual se permitió llegar hasta allí.
El Anciano escuchó los cuentos y relatos del joven, en un momento decidió que ya era suficiente. Juntos salieron de la choza, el Anciano indicó seguirlo. Caminaron un largo trecho, pasaron dos hileras de chozas, un puente casi deshecho de troncos gruesos, y pasaron a la costa vecina; una vez allí clavó una lanza de color rojo con cintas hechas de lianas secas agregadas en el mango. En cortas frases, su voz era muy débil, dictaminó que desde la lanza y hasta donde empieza el bosque será su lugar; acto seguido le pidió la lanza a Hog y la puso en la tierra, dictaminando que, cien de ellas a derecha e izquierda del terreno marcarían su territorio, esa es la medida de todos los pobladores. Le tocó el hombro con su mano tres veces, y dio por sellada la entrevista.
De regreso a su cueva, Hog compartió con Nee las buenas nuevas. En pocas palabras relató el encuentro con el Anciano, el cálido recibimiento recibido y el buen trato otorgado por el gran jefe; agregó que sentía un gran orgullo de su Padre Mayor, y que a raíz de su buen nombre y amistad con el venerable Anciano, logró acreditarse un predio dentro del territorio que estaba bajo su mandato. La alegría de su compañera fue tal que preparó una comida especial para festejar el acontecimiento. Hog decidió que ya a la mañana siguiente comenzaría a preparar lo mínimo indispensable como para levantar su nueva choza en el terreno otorgado. Un aire de tranquilidad y una luz de esperanza brilló en sus ojos, mientras participaba a Nee de sus proyectos futuros. Mucho era el trabajo que le aguardaba y esa noche no consiguió pegar un ojo. Demás está decir que tampoco su compañera logró conciliar el sueño, pero optó por quedarse quieta y pensar en sus propios planes.

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Música de fondo: Música de Selva Instrumental/Ddalascamelias
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